lunes, 5 de noviembre de 2007

“¿Mesa para tres?”

De pronto su discurso cambió. “Vamos a almorzar”, dijo, y el vos y yo resultaba lógicamente implícito.

“Te pasamos a buscar”, aclaró más tarde por teléfono, y el plural quedó resonando como un vago eco lejano.

“Estamos saliendo para allá”, precisó cuando se hizo la hora acordada, y la sospecha de que éramos mucho más que dos se hizo evidente.

La lectura de No focalizo concentró toda mi atención y atenuó la desesperada espera, hasta que el celular sonó impaciente y mi estómago se estrujó en una sinapsis colectiva: “Llegamos. Te esperamos abajo”.

E inhalando profundo apagué la compu, agarré un abrigo, la cartera y salí. Mi paso lento se eternizaba mientras el ¿por qué yo me meto en estas cosas? retornaba sin sentido y sin respuesta.

¿Estarán esperando en la puerta?, pienso al abrir temerariamente el ascensor. Salgo decidida y… no.

Exhalo.

¿Y si no le caigo bien? ¿Si no le gusto? ¿Si grita al verme? Yo me voy. ¿Para qué? No tiene sentido. Si es lo mismo! Es-lo-mis-mo!

Avanzo. Nunca había reparado en lo largo que es el hall de mi edificio. Llego a la puerta y diviso la trompa del auto sobre la entrada del garage. Vamos, nena, que no es para tanto…

Cruzo la puerta, me asomo a la calle y la luz del sol resplandece por un instante sobre los cuatro ojos que se posan sobre mí. Son más claros de día. Los miro y ambos me regalan un abrazo de sonrisas, que se parecen tanto. ¿Tengo que saludar? ¿a quién primero? Titubeos como estos atacan mi cerebro en cuestión de segundos. Y lo paralizan.

Son tan lindos. Él es tan lindo. Y hay sol, y viento, y él se ríe entre minidientes por la ventana. Él maneja y me habla y le habla. Y él contesta y saluda y lo saludan. Y yo… yo, trato de deshacer el nudo estomacal que aún perdura.

“Ya está, viste?”, me dice.

“Y…”, suspiro.

Aún no.

Llegamos al restaurant y hay lista de espera.

“¿Los anoto? ¿Cuántos son?”, me pregunta el mozo.

“Do…”, balbuceo. Y enmudezco.

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“¿Mesa para tres?”, inquiere birome en mano.

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Y ahí lo miro. A Él y a él y a mí. Y al mozo. Y a Él y a él y a mí. Y sí…

“Tres, por favor.”