sábado, 14 de agosto de 2010

La vuelta

Presionás el picaporte metálico de la puerta verde y sentís como si un filo te cortara la palma. Te mirás. Confirmás que no hay sangre, pero tenés los dedos hinchados y tres callos rojos a punto de reventar. Salís a la calle. Empezás a caminar despacio por Iguazú. El frío no ayuda. Te duele todo el cuerpo: empeines, piernas, cadera, antebrazos, brazos, hombros, cuello. Te duele pero sonreís, sabés que aliviará después.

Son las dos y media de la tarde y se acabaron las tres horas de entrenamiento. Te preguntás si algún día tu cuerpo se acostumbrará a la dura barra del trapecio y a sus sogas que aprisionan brazos y muslos. No lo sabés, pero ahora sólo deseás llegar a tu casa para darte una ducha caliente.

domingo, 8 de agosto de 2010

Credo
















Creo en Dios, aunque cada vez creo menos. 
Creo en eso de que la religión es el opio de los pueblos, y también creo que todos necesitamos un poco de opio. 
Creo que el hábito hace a la creencia, y creo que mis hábitos han cambiado. 
Creo en los cambios y en las casualidades, y a veces también en las causalidades. 
Creo en el azar que inventamos como causa. 
Creo en el amor que nace, se construye y muere. 
Creo que, antes o después, todo muere, y creo que eso es bueno porque, cuando algo muere, los sueños renacen. 
Creo en los sueños. 
Creo que todo lo que hacemos, vuelve. 
Creo que todo lo que vuelve cicatriza y nos ayuda a crecer. 
Creo que, cuando crecemos, nos olvidamos de desear. 
Creo en el deseo como motor insatisfecho y  angustiante de la vida. 
Creo que me angustio sólo cuando tengo tiempo. 
Creo que no hay un destino de llegada, pero que siempre necesitamos ese horizonte. 
Creo que creer es mi horizonte. 
Por eso creo.