miércoles, 4 de julio de 2007

De queloides y querencias

Hoy me reconcilié con el pasado. En realidad, con una parte de él. Con una parte, diría yo, significativa. Porque temía que este día no llegase nunca. Porque algo me decía que era como aquellas cicatrices que forman queloide y nos recuerdan para siempre lo tontos que fuimos en aquel tropezón, condenándonos eternamente a la pregunta qué hubiera pasado si… elegíamos el camino opuesto.

Soy afecta a los queloides, lo confieso. Los médicos (que saben mucho, pero mucho) dicen que tiene que ver con la mala cicatrización. El bultito que sobresale de mi mano derecha, a la altura del pulgar y que tiene forma de una C invertida, es fiel testigo de ello. Estúpido accidente, inocente quizás, patines, la paloma, puerta de vidrio, el freno de mano, o la mano que no frena, lluvia de vidrios, baldes de sangre, el primer casi desmayo, la sangre, la sangre, tan solo la mano. Y hoy, el queloide. Parece decirme, no te olvides, no juegues, no corras, no patines, no te arriesgues.

Hay cremas para los queloides. Un médico (dermatólogo) me recetó una. Todos los días, dos veces por día, una fina capa. Muchos días. “Cuesta, pero de a poco van desapareciendo”, me advirtió. Nada. No pasó nada. Me cansé de la crema. Y de los médicos.

Por momentos no lo veo. Con la crema lo miraba a diario. Lo odiaba, pues me recordaba dos veces por día que tal vez convivía con un vidrio allí adentro (nunca accedí a que me escarbaran). Temía que siguiera cortando carne y en el futuro creciera una enorme infección que inmovilizara la mano.

Casi nunca lo veo. Es una parte mía, una más. Mi mano no sería mi mano sin ese rasgo distintivo que la hace única, diferente al resto de las manos, con un pasado de patinaje artístico frustrado, atisbos de una pista olímpica, figuras infinitas y perfectas, aplausos.

Hoy empiezo a querer a mis queloides. Con sus formas deformes, sus historias imperfectas, sus horribles maneras. Sus cordoncitos subcutáneos me señalan que dejaron de sangrar. Me recuerdan quien soy, quien era, quien quería ser. Y me dan el empujón para iniciar estas páginas y dejar ya de mirarlos.

2 comentarios:

Luis Lozano dijo...

Bienvenidos los queloides que permitieron inaugurar esta negra página en blanco. Aunque sea con las cicatrices, vale la pena seguir dejando marcas. Huellas que siempre, toman la forma de alguna letra.

Anónimo dijo...

"Cicatrices traumáticas" así dice mi médica, que evidentemente además de saber mucho es una poeta ... o una amarillista.
Y yo no puedo dejar de pensar en esa definición y el hecho de que tengo mis queloides en el pecho. Tres bultitos rosados que forman un triángulo justo en el medio.
Me joden, me duelen, me pican, me esconden, me esconden...
Por ahí, amiga, aprendo como vos a reconciliarme, a quererlas. Y ser lo que soy a pesar de ellas, o con ellas, o -desde-ellas.

Te quiero, pero mucho.