miércoles, 3 de octubre de 2007

El Pasteur

Hace años que lo oigo nombrar, con ese eco amargo de sitio que no deberás pisar. Es extraño como los nombres de calles, edificios y plazas se naturalizan y dejan de remitir a sus “titulares”. El Pasteur es el instituto, ese que alberga canes y felinos, ese que utiliza a los animales para hacer “experimentos”, según cuenta la leyenda, esa que también se naturaliza y que repetimos sin jamás indagar acerca de su grado de verdad. Y así deja de ser Louis, ese que inventó la vacuna contra la rabia y que revive en cada hogar y en cada producto pasteurizado.

Hace años que existe, que depende del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que realiza investigaciones en el campo de la salud humana y animal, que se sitúa sobre la avenida Díaz Vélez, en el Parque Centenario.

Hace años que paso por su puerta en mi camino a la facultad y nunca jamás me detuve a mirarlo. Es de esos edificios antiquísimos (data de 1927), de materiales macizos, ornamentación barroca y altura imponente. De esos edificios que ya no quedan y que, a su vez, pululan tan de a montones que se vuelven invisibles.

Ayer me detuve frente a su puerta. “Instituto de zoonosis”, anuncia. Y lo críptico del nombre se completa al traspasar su entrada. Es gris, como esos días que sólo esperamos que terminen. Es oscuro, como todo edificio público iluminado por escasos tubos titilantes. Es oloroso, como esas pestes que invaden y repugnan. Y está lleno de moscas, que lo rodean a uno apenas se asoma. Tiene muchos pasillos, y gente en los pasillos, y colas de hospital, y caras de cansancio y de espera y de turnos largos que no llegan.

Pregunto por los perros, dónde están los perros. Hay que cruzar el pasillo, y luego el patio, y a la derecha, y luego pregunte, y más al fondo, en otro pasillo, el candado, los perros. Me siguen las moscas. No, no me siguen, están por todos lados.

El patio pertenece a los felinos. Muchos, son muchos. Se desperezan de la siesta, observan con sus ojos rasgados de desconfianza, erizan los pelos de su lomo si me acerco. Un mostrador, blanco pero gris, como el anterior. Y el recuerdo del olor y del color de “sanidad escolar”, lugar siniestro como pocos, que se graba en la memoria de niño.

Vengo de parte de… Busco a la perrita... El hombre del mameluco gris espera y recibe el recado: Por favor, llévelos a M2B.

Otra salida, otro pasillo, a la izquierda, otra vez a la izquierda… “M2B”, resuena en mi cabeza, como algo críptico y secreto, mezcla de enigma, misterio y terror. El simio kafkiano, Pedro el Rojo, me da la mano y atraviesa conmigo la última puerta que se abre.

El sonido me tumba y corta afilado la divagación mental. Todos los canes todos, cada uno en su jaula, ladran a la vez. El ruido es ensordecedor. La manada de moscas se ha cuadriplicado y el olor literalmente ahoga. El hombre del traje gris dice algo que no logramos oír y lo seguimos. “M2B”, señala.

Y ella, blanca, con un tajo en su costado derecho, tiembla de miedo. Flaca, asustada, camina hacia el fondo de su celda. Tirita como si hiciesen -10°C. Blanquita, chiquita, corazón, tranquila… no logra oír entre el estruendo de ladridos. La han operado recientemente. Está dolorida. Su pelo no ha crecido aún sobre la herida. De a poco se acerca, huele mi mano, se aleja. Y luego vuelve, me huele, lame mis dedos.

No es, dice Él, no es. Y el hombre del atuendo gris los pasea por la cárcel de perros. Porque hay otros, hay muchos otros. Ella llora, desconsolada. Porque no es, y porque son tantos, tantos. Porque qué hacer, cómo hacer, cómo llevarlos a todos, cómo encontrarla a ella, cómo dejar a ésta, y a aquel, y a aquella…

Y los ladridos que no cesan. Y el olor. Y el dolor. Y las moscas.

Pedro el Rojo ha soltado mi mano. Lo siento seguirme con sus ojos escrutadores, con esos ojos de acusación, de desilusión, y de pena.

El sonido se apaga, de a poco, y sólo queda su mirada. Blanquita, chiquita, asustada... Cómo olvidar esa mirada.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya si es característico, de los viejos edificios público, el olor, el gris y los pasillos interminables.

Anónimo dijo...

Buenísimo Ber, me encanta.

Chamana dijo...

Estimado/a anónimo: gracias por el comment! Firme la próxima!
Chamanita! Qué lindo verte por acá hermanita.

Hoy me contaron que adoptaron a la perrita. Lejos estoy de creer que este post haya contribuido a ello, pero me alegré mucho por ella y quería compartirlo con ustedes.