Las de ellos, los otros. Las que duran lo que dura la relación. Las que a lo largo de todo ese tiempo ocupan tanto tiempo. Las que obligan a la corrección, a manifestar educación, sentarse derechos, moderar tonos, sonreír. Las que multiplican cumpleaños, condicionan fines de semana, compelen fechas y horarios. Las que son como la de uno, pero -a su vez- tan distintas a la de uno. Las que permiten replantearse la propia, invitan a mirar para adentro y valorar. Las que enseñan otras formas de vida, inspiran deseos y futuros anhelos.
Las otras, las familias temporales. Las que abren sus puertas y apuntan escrutadoras miradas. Las que nos evalúan, toman distancia y a veces abrasan. Las que de a poco comienzan a abrazarnos, tras la evaluación y la distancia. Las que se encariñan y nos imponen nuevos términos y ritos y navidades. Las que de a poco pierden sus delicadas maneras y se revelan tan reales. Las que también esconden gritos, nostalgias, cuernos y necedades. Las que bajan las cortinas y empuñan metales. Las que saben a incienso, a canela y a podrido.
Las otras, las familias temporales. Las que abren sus puertas y apuntan escrutadoras miradas. Las que nos evalúan, toman distancia y a veces abrasan. Las que de a poco comienzan a abrazarnos, tras la evaluación y la distancia. Las que se encariñan y nos imponen nuevos términos y ritos y navidades. Las que de a poco pierden sus delicadas maneras y se revelan tan reales. Las que también esconden gritos, nostalgias, cuernos y necedades. Las que bajan las cortinas y empuñan metales. Las que saben a incienso, a canela y a podrido.