domingo, 18 de mayo de 2008

Impulsos


Que cercenamos, reprimimos, atesoramos.
Que nos desesperan, sobrepasan y sorprenden.
Que no aguantamos, presionan el estómago y duelen!
Que generan taquicardia, parálisis y temblores.
Que de a poco pasan, se alejan y adormecen…



Endormez!

C’est ça…

C’est fini.
 
Ahhh –suspiro-.

Pasó, ya pasó. 

Hoy tuve unos de esos. Domingo a la tarde. Tarde, domingo. El ciclo vicioso del ordenar/desordenar y el vino. La etiqueta del vino que recorté hace tanto (tanto?) para sacarlo de la mesada de los recuerdos al incinerador de los olvidos. Y ahí estaba, ahí abajo, tapadita, en desorden, sin cofre protector, detenidita en su camino al crematorio. ¿Y ahora? La duda, peluda y eterna. ¿La tiro? ¿Tesoro o basura? Ahora que la guardé tanto…

Y claro, es difícil escapar del propio envase.

Y así, sin más, con puntas mal cortadas, entre medio romperse y medio enreliquiarse, selló su destino. El cuadernito, aquel manuscrito que tengo por ahí y… acá está. Su precario anillado salta en pequeños pedazos al agarrarlo. Hacía mucho que no lo tenía en mis manos. Mucho? Cuánto? Palabras para ber deja entrever la traslúcida contratapa. Y la duda, peluda… Y el impulso y el pulso, que se acelera. Me dejo caer sobre la fría cerámica bajo la eléctrica luz del caer la tarde.

martes, 25 de marzo de 2008

Las familias postizas

Las de ellos, los otros. Las que duran lo que dura la relación. Las que a lo largo de todo ese tiempo ocupan tanto tiempo. Las que obligan a la corrección, a manifestar educación, sentarse derechos, moderar tonos, sonreír. Las que multiplican cumpleaños, condicionan fines de semana, compelen fechas y horarios. Las que son como la de uno, pero -a su vez- tan distintas a la de uno. Las que permiten replantearse la propia, invitan a mirar para adentro y valorar. Las que enseñan otras formas de vida, inspiran deseos y futuros anhelos.

Las otras, las familias temporales. Las que abren sus puertas y apuntan escrutadoras miradas. Las que nos evalúan, toman distancia y a veces abrasan. Las que de a poco comienzan a abrazarnos, tras la evaluación y la distancia. Las que se encariñan y nos imponen nuevos términos y ritos y navidades. Las que de a poco pierden sus delicadas maneras y se revelan tan reales. Las que también esconden gritos, nostalgias, cuernos y necedades. Las que bajan las cortinas y empuñan metales. Las que saben a incienso, a canela y a podrido.

lunes, 18 de febrero de 2008

Volver



Con más arrugas en la frente y el paso lánguido. Con la mochila pesada de recuerdos y los zapatos cubiertos de mugre. Con el cansancio acumulado y la sonrisa en los ojos. Con la mirada transformada y las ganas intactas. Con el camino a cuestas y las posibilidades vacilantes. Con la mezcla de alegría y melancolía que produce el saber que, siempre, hay que volver.

Paréntesis.

Tal vez fue un período entre paréntesis.
 
A veces sirven, como en la gramática, para aclarar las ideas. A veces, también, resultan excesivos, redundantes. De allí, prescindibles.

Supongo que depende del lector, aquel que remata el sentido.