Hemeroteca de la Biblioteca del Congreso. Sábado, 18:05.
Suena la 2x4 a todo volumen. Suena toda la tarde.
El empleado que atiende (¿atiende?) tiene cara de pocos amigos. A nadie parece molestarle que la voz del locutor de radio colme el otrora silencioso lugar con sus graves de barítono.
Miro a mi alrededor. Un pibe ocupa toda una mesa dibujando un rostro de mujer sobre una cartulina. Tres estudiantes secundarios observan boquiabiertos a un cuarto que lee detenidamente una edición de La Nación y toma notas en su cuaderno. Una empleada del lugar hojea los diarios del día y aclara, a los gritos, que va a tardar poco porque ya leyó todos los títulos en Internet. Nadie le contesta. Un tipo de unos sesenta largos que parece recién salido de Los siete locos se arquea absorto sobre un ejemplar de La Opinión.
Parece que soy la única molesta de que Pascual Contursi se mezcle en la ya de por sí imposible lectura de Ámbito Financiero de los ‘90.
Resoplo.
Suena la 2x4 a todo volumen. Suena toda la tarde.
El empleado que atiende (¿atiende?) tiene cara de pocos amigos. A nadie parece molestarle que la voz del locutor de radio colme el otrora silencioso lugar con sus graves de barítono.
Miro a mi alrededor. Un pibe ocupa toda una mesa dibujando un rostro de mujer sobre una cartulina. Tres estudiantes secundarios observan boquiabiertos a un cuarto que lee detenidamente una edición de La Nación y toma notas en su cuaderno. Una empleada del lugar hojea los diarios del día y aclara, a los gritos, que va a tardar poco porque ya leyó todos los títulos en Internet. Nadie le contesta. Un tipo de unos sesenta largos que parece recién salido de Los siete locos se arquea absorto sobre un ejemplar de La Opinión.
Parece que soy la única molesta de que Pascual Contursi se mezcle en la ya de por sí imposible lectura de Ámbito Financiero de los ‘90.
Resoplo.
Cuando parece que logro desentrañar la horrible gramática sin verbos del diario de Ramos, una melodía inunda mis oídos y me traslada instantáneamente a otra época.
Late que late, el cuero del parche bate, con manos de chocolate, el negro que la perdió…
¡Adoro esta milonga candombe! Hacía tanto que no la escuchaba. Rueda que rueda, lo mismo que una moneda… el recuerdo que te parió.
Ay…
En eso, abre la pesada puerta de vidrio un viejo de boina gris, campera gris, pantalón gris o negro muy gastado. Ochenta y tantos, paso lento, camina con dificultad, como si hubiera perdido su bastón antes de entrar. Se acerca gentil al hombre que “atiende”.
-¿Puedo consultar el diccionario?, pregunta con voz afónica y cansada.
Es una hemeroteca. No hay diccionarios.
-No sé, pregunte al fondo abuelo.
Oficina pública, abuelo. Gracias que estoy acá parado un sábado, abuelo. Gracias que pido documentos y presto birome a los que no traen, abuelo. Yo no sé nada. No me interesa nada. Sólo escuchar la 2x4 a todo volumen. Y poner cara de pocos amigos.
Y lo hace caminar hasta el fondo del pasillo. Con su paso lento, su espalda encorvada y su curiosidad intacta.
Anuncian el puesto 13 del “ranking porteño”. No sabía que el tango también rankeaba. ¿Y la gente llama para votar?
Sí.
Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno…
A los pocos minutos vuelve. Tarda en llegar hasta la puerta de salida. Con su paso lento y su boina levemente inclinada. Dice “gracias” al empleado que atiende e intenta un saludo levantando apenas su mano izquierda.
Se siente el frío helado cuando abre la pesada puerta.
No puedo dejar de pensar cuál sería la duda que lo trajo hasta acá.
1 comentario:
Muy lindo! Tantas veces me quedo pensando en lo que le pasará a otras personas que vemos en esta imparable ciudad...en un subte, una biblioteca, un bar
Mariela
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