lunes, 5 de julio de 2010

Catorce años después


Él es Iorio.

Bueno, la verdad es que así le dicen. Y creo que le queda bien.

Heavy. 

Tiene una banda de heavy metal. Sí, heavy metal. Esa música que nos reenvía directo a la adolescencia y que creímos no existía más, parece que existe y que él enseña el género. 

Eléctrico.

Así se auto-define. Y si lo vieran, entenderían por qué. Corre, va y viene, con su cuerpo largo y flaco tan flaco y sus pelos erizados y largos tan largos, que parece un personaje salido de uno de esos dibujitos animados que acaba de meter sus dedos en el enchufe y en un plano horizontal recibe una descarga que lo deja así.
  
Lo conozco.

Desde hace mucho. Cuando éramos chicos ya tocaba la guitarra. Y cada vez que lo mirabas, en el recreo del colegio, en la esquina del barrio, en un colectivo o tirados en el parque, su mano derecha agitaba una púa imaginaria a la altura de su cadera, mientras sus labios murmuraban algo inaudible que uno suponía era la letra de una canción.

Era lindo.

Bueno, no sé si era lindo, a mí me gustaba. Tenía algo, qué sé yo. Onda. Tenía onda. Y además tocaba la guitarra. Nunca supe si yo alguna vez le gusté, pero algo siempre me dijo que algo había. Pero la verdad es que nunca supe si eran mis ganas de que hubiera algo y mi ceguera de quinceañera enamorada, o si realmente había algo. Y nunca lo hablamos.

Distancia.

Con el tiempo nos separamos. Por culpa mía, supongo. Por elegir mal en el momento equivocado. Por ansiosa. Por creer que la vida se terminaba a los veinte. Por imprudente. Por querer vivirla al máximo sin pensar en las consecuencias. 

Pero nuestros caminos –destino, desgracia o casualidad– se cruzaron miles de veces. Y me llevaron a dudar, miles de veces.

Tiempo.

Pasó mucho tiempo. Años. Y los cruces que en un principio creía obra del destino, que me llenaban de cosquillas la panza y abrumaban mi mente con preguntas sin respuesta, se volvieron casualidades.

Rutinas.

Ah, ¿cómo va?, qué loco encontrarte en este bar. Ah, mirá vos, ¿veraneas siempre por acá? Ah, tanto tiempo, ¿cómo llegaste a esta fiesta? Ah, me contaron que te casaste. Ah, qué raro vos por este barrio, ¿así que te mudaste al departamento de al lado? ¿o sea que nos vamos a ver cada vez que levantemos nuestras persianas?

Charlas.

Las únicas charlas que recuerdo alguna vez tuvimos se remontan a la adolescencia. Porque después de aquello, fueron catorce años de hola, qué tal, saludos a la familia, chau.

Hasta que un día.

“¿Seguís viviendo en el edificio? ¿Podemos hablar en algún momento? Gracias.”

Mensaje inesperado en mi casilla de correo.

Como poder, parece que puede cualquiera menos nosotros, pensé. Pero le contesté que sí, que claro, que cuándo, que yo no tenía problemas, que me avisara.

Cantidad de pensamientos rodaron por mi cabeza. Era raro, de mínima. Muy formal, de máxima. ¿De qué me querría hablar? Probablemente de algo del edificio. Por eso me preguntó si seguía viviendo en el edificio. Tal vez necesite un lugar para dar clases. ¿Me querrá alquilar un cuarto para dar clases?

No.

Me quería hablar del pasado.

–Quiero preguntarte algo del pasado

Dijo que esto del pasado lo estaba perturbando hacía tiempo. Dijo que por esto del pasado que lo perturbaba, hacía tiempo que no dormía. Dijo que había cosas del pasado que no le gustaría enterarse de que fueron de cierta manera que él no hubiera querido que fuesen.

–Pero… ¿vos me estás hablando de algo que pasó hace más de catorce años?

Sí.

Y ante tanto preámbulo y tanto insomnio y tanta vuelta para preguntarme lo que me quería preguntar, yo trataba de imaginarme cuál sería la respuesta que había venido a buscar. Porque estaba claro que lo que dijera seguiría alterando o no su sueño.

La verdad, duele, concluí. En general, nadie quiere escuchar la verdad. Todos prefieren escuchar algo que los deje tranquilos para seguir viviendo, para seguir con sus vidas lo más rutinariamente posible.

Una duda así, creo, no debería guardarse durante tantos años. Una duda así, creo, merece morirse así. Tal como se la guardó. Una muerte digna, que le dicen. O una Eterna Duda.

4 comentarios:

NATALIA dijo...

Muy bueno, Ber!!

Me animo dijo...

Ya te tengo otro tema para que escribas!!!! Eso si no estás ocupada escribiendo sobre Rosita. jajaja Después te cuento, besos!!!

Chamana dijo...

Uy, aún "debo" la crónica de Rosita! jajaja. Dale, después decime!
Che, dejé un comment hace mucho en el post sobre Weber y nunca apareció... :S

Me animo dijo...

Uh qué raro!!! Intentalo de nuevo a ver si me motivo!! jeje Estoy con ganas hace varios días pero sin tiempo!
un besote!