Presionás el picaporte metálico de la puerta verde y sentís como si un filo te cortara la palma. Te mirás. Confirmás que no hay sangre, pero tenés los dedos hinchados y tres callos rojos a punto de reventar. Salís a la calle. Empezás a caminar despacio por Iguazú. El frío no ayuda. Te duele todo el cuerpo: empeines, piernas, cadera, antebrazos, brazos, hombros, cuello. Te duele pero sonreís, sabés que aliviará después.
Son las dos y media de la tarde y se acabaron las tres horas de entrenamiento. Te preguntás si algún día tu cuerpo se acostumbrará a la dura barra del trapecio y a sus sogas que aprisionan brazos y muslos. No lo sabés, pero ahora sólo deseás llegar a tu casa para darte una ducha caliente.
Tenés seis cuadras por delante hasta la Av. Caseros, donde tomarás el colectivo que cuarenta minutos más tarde te dejará en Caballito. Doblás a la izquierda en Pedro Chutro. Pensás una vez más que los nombres de estas calles te causan gracia, aunque no sientas lo mismo al recorrerlas. A mitad de cuadra, tres tipos fuman en la puerta de un galpón del que entran y salen camiones. Sabés que te gritarán algo al pasar, pero esperás que no lo hagan. Pasás delante de ellos, mirás al frente o al piso, te dicen algo, no entendés qué. Doblás a la derecha en Atuel. Tu estómago cruje. Sacás una banana de la mochila y la empezás a comer. Te colgás la mochila del hombro derecho y te preguntás por qué pesa tanto. Dos cartoneros arrastran un carro lleno de basura. Doblás a la izquierda en Los Patos. Recordás que cargás una botella de agua, una manzana, galletitas, un libro enorme, un cuaderno, la cámara de fotos, una cartuchera y no sé cuántas cosas más. Pensás que ser tan previsora es una gran carga. Te duele el hombro y alzás la mochila con una mano. Doblás a la derecha en Pepirí. Tirás la cáscara de banana en el tacho que está a mitad de cuadra. Ya ves el Parque Patricios. Caminás moviendo el cuello lentamente, del hombro derecho al hombro izquierdo, de adelante hacia atrás. Te duele mucho cuando llevás la cabeza hacia atrás.
Cruzás Pepirí para no atravesar la obra en construcción que está en el parque. Buscás monedas dentro de la billetera, dentro del bolsillo, dentro de la mochila llena de cosas. Llegás a la parada. Deseás que el colectivo venga vacío. Sacás una manzana y la empezás a comer. Allá lejos parece venir el 25, lo distinguís porque su número brilla en rojo. Recordás que necesitás pedir un turno con el oculista. El colectivo se detiene y subís. Uno veinticinco, le decís al chofer. Te apurás hacia el asiento vacío del fondo y te desplomás en él. Terminás de comer la manzana. Pensás en leer pero tenés más sueño que ganas, así que viajás hasta tu casa haciendo ejercicios de estiramiento del cuello. Algunos pasajeros te miran y no te importa. Mientras llevás la cabeza hacia atrás, cerrás los ojos y te preguntás si algún día podrás colgarte de nuca de la barra del trapecio.
Son las dos y media de la tarde y se acabaron las tres horas de entrenamiento. Te preguntás si algún día tu cuerpo se acostumbrará a la dura barra del trapecio y a sus sogas que aprisionan brazos y muslos. No lo sabés, pero ahora sólo deseás llegar a tu casa para darte una ducha caliente.
Tenés seis cuadras por delante hasta la Av. Caseros, donde tomarás el colectivo que cuarenta minutos más tarde te dejará en Caballito. Doblás a la izquierda en Pedro Chutro. Pensás una vez más que los nombres de estas calles te causan gracia, aunque no sientas lo mismo al recorrerlas. A mitad de cuadra, tres tipos fuman en la puerta de un galpón del que entran y salen camiones. Sabés que te gritarán algo al pasar, pero esperás que no lo hagan. Pasás delante de ellos, mirás al frente o al piso, te dicen algo, no entendés qué. Doblás a la derecha en Atuel. Tu estómago cruje. Sacás una banana de la mochila y la empezás a comer. Te colgás la mochila del hombro derecho y te preguntás por qué pesa tanto. Dos cartoneros arrastran un carro lleno de basura. Doblás a la izquierda en Los Patos. Recordás que cargás una botella de agua, una manzana, galletitas, un libro enorme, un cuaderno, la cámara de fotos, una cartuchera y no sé cuántas cosas más. Pensás que ser tan previsora es una gran carga. Te duele el hombro y alzás la mochila con una mano. Doblás a la derecha en Pepirí. Tirás la cáscara de banana en el tacho que está a mitad de cuadra. Ya ves el Parque Patricios. Caminás moviendo el cuello lentamente, del hombro derecho al hombro izquierdo, de adelante hacia atrás. Te duele mucho cuando llevás la cabeza hacia atrás.
Cruzás Pepirí para no atravesar la obra en construcción que está en el parque. Buscás monedas dentro de la billetera, dentro del bolsillo, dentro de la mochila llena de cosas. Llegás a la parada. Deseás que el colectivo venga vacío. Sacás una manzana y la empezás a comer. Allá lejos parece venir el 25, lo distinguís porque su número brilla en rojo. Recordás que necesitás pedir un turno con el oculista. El colectivo se detiene y subís. Uno veinticinco, le decís al chofer. Te apurás hacia el asiento vacío del fondo y te desplomás en él. Terminás de comer la manzana. Pensás en leer pero tenés más sueño que ganas, así que viajás hasta tu casa haciendo ejercicios de estiramiento del cuello. Algunos pasajeros te miran y no te importa. Mientras llevás la cabeza hacia atrás, cerrás los ojos y te preguntás si algún día podrás colgarte de nuca de la barra del trapecio.
1 comentario:
Es el lindo dolor que aparece después de hacer ejercicio.
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