Enderezás el respaldo del asiento, ajustás el cinturón de seguridad y levantás la mesa rebatible que tenés enfrente. La comisario de abordo da la bienvenida por altoparlante y explica a los pasajeros las instrucciones para ponerse la máscara de oxígeno y el chaleco salvavidas en caso de accidente. Sabés que no lo necesitarás. Viajás en el asiento 13, ventanilla.
El avión se presuriza, acelera de golpe y despega en cuestión de instantes. Ya estás volando.
Volando.
Sube por una pendiente invisible hasta que empieza a enderezarse. La pequeña ventana que tenés a tu izquierda te deja ver los cerros, ahí cerca, ahí nomás. Dos azafatas se acercan con un carrito.
―¿Le puedo ofrecer algo de beber, señora?
No tenés hambre, ni sed. Pero pedís un té, sólo por pedir. Si tan sólo pudieras abrir esa ventana, atravesaela y saltar sobre esas cumbres por las que avanzás como en cámara lenta, tarareando una zamba sin siquiera advertirlo.
Jujuy si muero sin verte
le pediré a los cielos
que me tiren como lluvia
y florecer en tus cerros…
Sí, eso querés, que te tiren como lluvia, tus cenizas, sobre estos cerros.
Se acabó el viaje. Pero fue increíble. Bailaste chacarera, gato, cueca, zamba, chaya, chamamé, taquirari y carnavalito. Comiste tamales, guiso de llama y empanadas de cordero. Tomaste api con las maestras de una escuela rural, en la frontera con Bolivia. Estuviste días y noches sin dormir, en el festejo de la Virgen de la Asunción. Conociste al apático gobernador de la provincia y al albañil agradecido de que el temporal de viento y lluvia hubiera volado los techos de tantas casas de adobe. Creíste que te congelabas a -7°C en Casabindo. Recorriste durante horas el inverosímil barrio de la Tupac Amaru, en San Salvador, de la mano del chofer de “la” Milagros Sala. Un jujeño divino te lleno el celular de mensajes llamándote “negrita”. Te sentiste como Barbarita Cruz, sola en Purmamarca. Compartiste el piso de un cuarto de un profesor de música de Maimará con otras seis personas. Contemplaste las estrellas y la luna en el inmenso cielo de la deshabitada Yavi. Caminaste por un camino sin sendero, a 3600 metros de altura, con dos niñitos que se rieron con vos y de vos todo el camino. Encontraste un hueso que te dijeron era de persona humana. Viste a dos mujeres tirar de las patas de un cordero hasta partirlo en dos. Viste llamas y toros y suris y vicuñas y ovejas, y hombres bailando como llamas y toros y suris y vicuñas y ovejas.
El avión atravesó las nubes, los cerros quedaron debajo. Las azafatas, con su carrito, retiran el té que pediste.
― ¿Desea algo más, señora?
La luna se ve perfecta, redonda, en un cielo celeste, con el fondo de un horizonte anaranjado.
No, gracias. No deseás nada más.
El avión se presuriza, acelera de golpe y despega en cuestión de instantes. Ya estás volando.
Volando.
Sube por una pendiente invisible hasta que empieza a enderezarse. La pequeña ventana que tenés a tu izquierda te deja ver los cerros, ahí cerca, ahí nomás. Dos azafatas se acercan con un carrito.
―¿Le puedo ofrecer algo de beber, señora?
No tenés hambre, ni sed. Pero pedís un té, sólo por pedir. Si tan sólo pudieras abrir esa ventana, atravesaela y saltar sobre esas cumbres por las que avanzás como en cámara lenta, tarareando una zamba sin siquiera advertirlo.
Jujuy si muero sin verte
le pediré a los cielos
que me tiren como lluvia
y florecer en tus cerros…
Sí, eso querés, que te tiren como lluvia, tus cenizas, sobre estos cerros.
Se acabó el viaje. Pero fue increíble. Bailaste chacarera, gato, cueca, zamba, chaya, chamamé, taquirari y carnavalito. Comiste tamales, guiso de llama y empanadas de cordero. Tomaste api con las maestras de una escuela rural, en la frontera con Bolivia. Estuviste días y noches sin dormir, en el festejo de la Virgen de la Asunción. Conociste al apático gobernador de la provincia y al albañil agradecido de que el temporal de viento y lluvia hubiera volado los techos de tantas casas de adobe. Creíste que te congelabas a -7°C en Casabindo. Recorriste durante horas el inverosímil barrio de la Tupac Amaru, en San Salvador, de la mano del chofer de “la” Milagros Sala. Un jujeño divino te lleno el celular de mensajes llamándote “negrita”. Te sentiste como Barbarita Cruz, sola en Purmamarca. Compartiste el piso de un cuarto de un profesor de música de Maimará con otras seis personas. Contemplaste las estrellas y la luna en el inmenso cielo de la deshabitada Yavi. Caminaste por un camino sin sendero, a 3600 metros de altura, con dos niñitos que se rieron con vos y de vos todo el camino. Encontraste un hueso que te dijeron era de persona humana. Viste a dos mujeres tirar de las patas de un cordero hasta partirlo en dos. Viste llamas y toros y suris y vicuñas y ovejas, y hombres bailando como llamas y toros y suris y vicuñas y ovejas.
El avión atravesó las nubes, los cerros quedaron debajo. Las azafatas, con su carrito, retiran el té que pediste.
― ¿Desea algo más, señora?
La luna se ve perfecta, redonda, en un cielo celeste, con el fondo de un horizonte anaranjado.
No, gracias. No deseás nada más.
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