domingo, 12 de septiembre de 2010

Intervención


― Quedate quietita. Ahora te voy a poner una especie de lente de contacto en el ojo. Vos sólo tenés que mirar hacia la luz roja.

“Retina débil”, había sido el diagnóstico del oculista unos días antes. Pero su secretaria anotó “desgarro” en la orden que me dio para autorizar en la obra social, tras el breve examen del médico:

― Pero… yo no tengo ninguna molestia.
― Tenés una debilidad importante y la retina puede llegar a desprenderse.
― Pero… ¿cómo se hizo eso?
― Es común en los miopes. Pedite un turno para el miércoles y lo tratamos con láser.
― Pero…
― Es una intervención de rutina.
― Pero… ¿saldré viendo bien?
― Por varias horas es posible que no puedas enfocar bien.
― Pero… ¿tengo que venir acompañada?
― No es necesario. Te queda el otro ojo.


El oculista estaba apurado. Dijo que cualquier otra duda le preguntase a su secretaria. Y pasó al cuartito de al lado donde lo esperaba otro paciente. Su secretaria me hizo firmar el bono de consulta. Me hizo firmar una planilla para la obra social. Después llenó una orden, falsificó la firma del oculista, puso un sellito y me mandó a autorizarlo. Le pregunté si el miércoles, después de la intervención, iba a poder ver. Dijo que no sabía, que aguardase un momento que le iba a preguntar al doctor. Le dije que no se molestara, que ya me había dicho lo del otro ojo.


― Quietita, dejá flojo el párpado para que pueda introducir la lente, vos mirá a la luz roja.

Miro hacia la luz roja y no puedo dejar de pensar en el protagonista de La naranja mecánica condenado a ver imágenes ultra-violentas en una pantalla de cine mientras unas pinzas metálicas separan sus párpados. Eso que mete en mi ojo derecho no es una lente de contacto. Es un tubo negro y alargado, una especie de mini-telescopio plástico para que no pueda pestañear siquiera.

Uno, dos, tres, cuatro flashes rojos y calientes queman mi retina.

― Quietita, quietita, que ya falta poco.

Siete, ocho, nueve, infinitos flashes que me arden al punto de hacerme brotar imparables lágrimas del otro ojo, el izquierdo, en una suerte de acto reflejo. Flashes que producen heridas en mi ojo. Heridas que aparentemente cicatrizarán para fijar la retina.

Lastimar el ojo para curarlo. Mi ojo izquierdo llora y el derecho ya no es mío.

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