jueves, 25 de agosto de 2011

Esa misma pena

Un día volvimos a hablar. Como si nada. Como si siempre. Como si seis años no fuera tiempo. Como si me llamara un día cualquiera desde su trabajo (el mismo), a mi número fijo (el mismo), que aún recordaba de memoria, una mañana cualquiera de agosto.
   
-Hola
-Hola
-Qué hacés…?
-Qué hacés…?
-Bien… vos?
-Bien… vos?


Las palabras salían una tras otra y las repetíamos en eco. Después nos reímos y dejamos de repetir. Y la charla se tornó natural. Como si nada. Como si siempre. Como si nunca hubiésemos dejado de divagar juntos, entre recuerdos borroneados por el tamiz del presente.

El olvido no perdona, viste como son las cosas…

Esa caída en la calle, tan borrachos, que casi no recuerdo y que él nunca pudo olvidar. La visita a la casa de su amiga judía, esa que vivía con el novio, por Once o por Barracas, que era así, o asá, que ahora tienen una hija. Esa noche que nos encontramos, de casualidad, en una fiesta, aquella navidad. Que me confiesa que quería cagar a trompadas al pibe que me acompañaba esa noche, que mejor que me separé porque no era para mí. Que me recordaba más alta, mucho más alta, que probablemente lo tenga que charlar con su analista. Que nunca tuvo una compañera de copas como yo, que nuestros hígados actuales no tolerarían tanto vino berreta.

Te perdiste en el huracán, viste como son las cosas…

Que tiene una colega que vive en mi edificio, a la que llama, mientras habla conmigo, para preguntarle exactamente en qué piso. Que festejó su cumpleaños en un restaurant ruso, que está bueno, que vaya, que me va a gustar. Que nunca terminó la facultad, porque eso, en el fondo, no es una prioridad en su vida. Que compuso la música para dos películas, que así ganó lo mismo que en todo un año dando clases.

Veo una serpiente amarilla violenta se muerde la cola…

Que él, de verdad, tenía ganas de encontrarme en Uruguay pero sintió que yo no tenía las mismas ganas, que por eso se volvió antes de lo previsto. Que me dejó un regalo en Montevideo, que qué suerte que lo pasé a buscar. Que sus viejos remodelaron toda la casa, que son tan hippies que se bancaron vivir en obra durante varios meses. Que sus amigos ahora militan en partidos políticos, que eso le causa un poco de gracia. Que él nunca habla de él, que en realidad eso es una concepción errada que yo tengo de su persona.

Tanta estupidez, tanta vanidad…


Que su vida, que la mía, que sus viejos, que los míos, que sus hermanos, que los míos. Que parece que nada ha cambiado demasiado.

Y así se pasan los años, viste como son las cosas…

Y así se pasó una hora, como se pasa un año, o un minuto. Una hora durante la que me llamó repetidamente “gorda” y no me atreví a preguntar por qué. Porque nunca me había llamado así. Porque preferí el apelativo común a que me llamase como solía, porque eso no lo hubiera tolerado. Porque sentí su cercanía, esa que no se llama con palabras.

Volvemos, volvemos, volvemos al fin al mismo lugar…

Dijo que nos podíamos ver, tal vez, algún día, en algún momento. Dijo que le daba miedo verme. Dijo que ahora es más cauto, más precavido. No dijo yo te quiero ver. No. Porque eso nunca lo diría. Y lo entiendo, claro. Como si nada. Entiendo su te quiero ver pero más quiero que vos quieras verme. Entiendo. Sí. Como si siempre.



3 comentarios:

Me animo dijo...

ya sabés... sin palabras. Sin coraje, sin aventura... así no se vive la vida.

Chamana dijo...

Definitivamente no. Triste.

Flashing back k-kroach dijo...

ufff boluda, qué salame