Sombrero de ala ancha con guarda de telar, poncho celeste sobre un torso de metro ochenta y pico, tez oscura y ojos ligeramente alargados. Te fichó en el micro de Abra Pampa a Casabindo, en plena puna jujeña. Entabló amistad con un casabindeño y consiguió una pieza para el grupo de siete personas que habían formado. Te abrazó durante la corta noche para que no te congelaras a -7°C. Te explicó la diferencia entre un sikus, una zampoña, una tarka y una antara. Arengó a la tribuna de la plaza de toros y una multitud lo siguió. Le compró un helado a un chico que encontró dando vueltas por ahí. Te cantó una zamba al oído. Se enojó porque no había ají locoto para acompañar la cazuela de llama. Te dibujó un mapa de Yavi en tu cuaderno. Te habló del antropólogo y filósofo Rodolfo Kusch. Te enseño a bailar cueca y taquirari. Te presentó al bailarín salvadoreño, al guía de Tilcara, al líder de los Tekis, al dueño de una peña, a su familia y a cuanto músico se le cruzara en el camino. Te mandó montones de mensajes llamándote “negrita”. Te invitó a alojarte en su casa. Te pasó a buscar por el barrio de la Tupac en su “rayo azul”. Te regaló 4 GB de folklore. Se sumó a tu grupo de amigos porteños que lo adoraron y pronto lo bautizaron como el RRPP de la Puna.
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